Señor, devuélvenos a tu Hijo como centro, a tu Palabra como guía y a tu Espíritu como fuerza. Forma en nosotros carácter, convicción y obediencia. Haznos una iglesia que discipula y sirve. Amén. – Daniel Marte, PhD.
Hoy domingo, después de haber recibido el alimento de la Palabra de Dios en nuestra congregación(Iglesia de Dios Pentecostal, M.I. Bo. Arenales Bajos Isabela. Pastor Milton Alvarado), mi esposa y yo nos detuvimos a compartir un almuerzo. Luego, en el recorrido de apenas cinco millas de regreso a nuestro hogar, lo que parecía un viaje común terminó llamando nuestra atención. En ese trayecto contamos quince iglesias evangélicas y una parroquia católica. Quince(15). Nos sorprendió, no por la cantidad de templos, sino porque al mirar alrededor la realidad espiritual y social no parecía corresponder con esa “densidad eclesiástica”.
La curiosidad me llevó luego a revisar las páginas de Facebook de algunas de esas congregaciones. Lo que encontré no fue el mensaje redentor del evangelio en su forma más sencilla y poderosa, Cristo salva, sana, bautiza y viene otra vez, sino una serie de frases que se repetían con matices distintos: ‘Si no hay fuego no es iglesia’, ‘Aquí predicamos la verdadera palabra’, ‘Somos la iglesia auténtica’, ‘Ven por tu milagro’, ‘Aquí recibirás la unción’.
Esa observación abrió un espacio de reflexión. ¿De qué sirve la abundancia de edificios si la transformación del corazón, de las familias y de la sociedad no se hace evidente? ¿No será que hemos confundido la visibilidad de la iglesia con la verdadera influencia del evangelio? Estas preguntas nos llevan a examinar no solo lo que vemos en nuestras comunidades, sino también el papel que cada creyente y cada congregación estamos jugando en medio de una sociedad necesitada. Y es allí donde surgen los retos, pero también las posibles soluciones que debemos considerar.
Y entonces me vino la pregunta que me sigue retumbando en el corazón: ¿dónde quedó el mensaje central? ¿Dónde está la cruz, el discipulado, la formación de vidas ancladas en la Palabra?
La paradoja de la abundancia y la escasez
Lo paradójico es que nunca hemos tenido tantas iglesias a la vista, y sin embargo, la oscuridad parece hacerse más densa en nuestro entorno. Jóvenes perdidos en adicciones o apatía, familias fragmentadas, comunidades sin dirección. Se habla de fuego, milagros y experiencias intensas, pero cada vez menos de arrepentimiento, redención y perseverancia en la fe.
El resultado es un cristianismo de consumo: un mensaje que se mercadea como un producto espiritual, donde lo importante no es formar discípulos, sino atraer asistentes. Se venden experiencias rápidas y promesas inmediatas, pero se deja de lado la tarea larga y costosa de enseñar, acompañar y formar carácter en Cristo.
Lo que hemos perdido en el camino
Si miramos con calma, lo que se ha ido diluyendo es el corazón mismo del mandato de Jesús: ‘Vayan y hagan discípulos… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado’ (Mateo 28:19-20). No es un llamado a la competencia entre iglesias ni a la búsqueda de la experiencia más intensa, sino a levantar creyentes sólidos, capaces de enfrentar la vida con fe, verdad y esperanza.
Cuando la iglesia se centra en slogans de identidad exclusivista, ‘somos la verdadera’, ‘aquí sí está el Espíritu’, se pierde la universalidad del Evangelio, que no pertenece a una congregación, sino al Reino de Dios. Y cuando el énfasis cae solo en los milagros inmediatos, se nos olvida que el milagro mayor es un corazón transformado por la gracia.
Invitación al lector
Quizás, querido lector, podrías hacer el mismo ejercicio que hicimos nosotros. La próxima vez que manejes de regreso a casa, cuenta cuántas iglesias encuentras en tu ruta. Luego pregúntate: ¿qué mensaje están transmitiendo esas congregaciones a la comunidad? ¿Es un mensaje que centra la atención en Cristo y su obra redentora, o en la identidad de la iglesia misma como ‘producto’?
Ese sencillo recorrido puede ser un espejo. Puede mostrarnos que la proliferación de templos no garantiza la multiplicación de discípulos.
Mirando hacia adelante
Este artículo no pretende señalar con dedo acusador, porque solo Dios posee la verdad absoluta. Lo que queremos es abrir un espacio de reflexión sincera: si ya diagnosticamos el problema, abundancia de iglesias pero pobreza de discipulado, entonces necesitamos hablar de soluciones.
En la Parte 2 exploraremos cómo reconstruir un modelo de discipulado integral que devuelva a Cristo el lugar central en nuestras comunidades. Y en la Parte 3 veremos cómo esas soluciones pueden implementarse de manera práctica y medible, con herramientas sencillas pero profundas.
Nuestro reto
El panorama puede parecer sombrío, pero no estamos sin esperanza. Jesús mismo nos prometió que si permanecemos en Él, llevaremos fruto abundante (Juan 15:5). Tal vez la primera tarea sea volver la mirada a la cruz, soltar los slogans vacíos y recuperar el gozo de anunciar al Cristo que salva, enseña, acompaña y transforma.
Señor, devuélvenos a tu Hijo como centro, a tu Palabra como guía y a tu Espíritu como fuerza. Forma en nosotros carácter, convicción y obediencia. Haznos una iglesia que discipula y sirve. Amén.