“Tu historia puede convertirse en testimonio que salve a otros. Dios no desperdicia tu dolor: lo convierte en semilla de vida para otros.” – Daniel Marte, PhD.
El 11 de septiembre de 2001 no es para mí una fecha de calendario, sino un punto de quiebre en mi vida. Ese día me encontraba en Langley, Virginia, en un entrenamiento rutinario, cuando el mundo se detuvo. Minutos después de ver el humo en Nueva York y el Pentágono en llamas, recibimos órdenes:
tomar la SUV y dirigirnos a la zona cero. Allí permanecí tres semanas, viviendo el polvo, el olor y el llanto de miles que buscaban a los suyos. Tres días después de regresar a casa, ya estaba en un avión, rumbo a una región montañosa del mundo donde el conflicto apenas comenzaba, con más de $500 millones de dólares en recursos para negociar y “suavizar” líderes locales. Ese fue solo el inicio. Vendrían cinco tours en Afganistán, tres en Irak, y todos como…
Perdí amigos, vi morir a hombres valientes, fui herido, dado por muerto, prisionero y rescatado. Tuve que tomar decisiones imposibles: apretar el gatillo aun sabiendo que al otro lado había jóvenes, incluso mujeres. Participé en operaciones de inteligencia que después fueron criticadas y calificadas como “ilegales”. Por años, esas memorias me siguieron como sombras largas. Y sé que no soy el único.
El Impacto Colectivo del 9/11
El 9/11 fue una herida abierta para Estados Unidos. Por un tiempo, el país se unió. Las iglesias se llenaron. Las banderas ondeaban en cada esquina. Pero esa unidad duró poco. Pronto llegaron las divisiones políticas, los cuestionamientos de las guerras, las acusaciones de abusos. Para muchos, lo que comenzó como una cruzada por la justicia se convirtió en un desgaste interminable. Y en medio de todo eso, los que sirvieron volvieron a casa con algo más que medallas: volvieron con pesadillas, preguntas sin responder, y en muchos casos, una fe tambaleante.
El Costo Humano y Moral de la Guerra
La guerra cobra un precio más alto de lo que el público imagina. Cada nombre en el memorial es un hermano caído, un amigo que no volvió. Las heridas no siempre se ven; a veces son las del alma: el peso de haber sobrevivido cuando otros no, la culpa de las decisiones tomadas bajo fuego, la sensación de que algunas cosas no tienen reparación.
La guerra enfrenta a cada hombre y mujer con su propia humanidad. Descubrimos de lo que somos capaces, para bien y para mal, y aunque el país se mueve hacia adelante, muchos siguen atrapados en el mismo día, en el mismo momento.
La Dimensión Espiritual del Conflicto
“Jehová es varón de guerra; Jehová es su nombre.” (Éxodo 15:3)
“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades…” (Efesios 6:12)
La guerra externa muchas veces es reflejo de una guerra interna. La ira puede volverse identidad. El rencor puede volverse compañero de vida. Y ahí es donde la guerra se sigue librando, aun lejos del campo de batalla.
Redención y Restauración
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar…” (1 Juan 1:9)
“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” (Proverbios 28:13)
La buena noticia del evangelio es que ninguna mancha es demasiado oscura para ser limpiada por Cristo. David derramó sangre y fue restaurado (Salmo 51). Pedro negó a Jesús y fue perdonado. Pablo persiguió a la iglesia y terminó escribiendo gran parte del Nuevo Testamento. El perdón no borra el pasado, pero le quita el aguijón. Dios puede usar incluso las experiencias más dolorosas para formar compasión, fortaleza y propósito renovado.
¿Y cómo lo aplicamos?
Si todavía batallas con el recuerdo, con la culpa o el vacío, no estás solo. Busca consejería, habla con otros que han pasado por lo mismo, pero sobre todo, acércate a Dios. Él no solo quiere perdonarte, sino sanarte.
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28)
“El Señor está cerca de los quebrantados de corazón.” (Salmo 34:18)
Llamado a la Esperanza
No es demasiado tarde para sanar. Cristo hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21:5). Tu historia puede convertirse en testimonio que salve a otros. Dios no desperdicia tu dolor: lo convierte en semilla de vida para otros.
“Y el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.” (1 Pedro 5:10)
Referencias
Santa Biblia, Reina-Valera 1960. Sociedades Bíblicas en América Latina.
Cole, D. (2021). God, War, and Providence. Crossway.
Keller, T. (2016). Walking with God through Pain and Suffering. Penguin Random House.
Lewis, C. S. (1940). The Problem of Pain. HarperOne.