“Danos compasión por las almas y paciencia para caminar con ellas en sus procesos. Que en nuestras congregaciones se levanten generaciones de discípulos que hagan discípulos, hasta que tu gloria cubra la tierra como las aguas cubren el mar. Amén.” – Daniel Marte, PhD.
Un llamado a la acción: El discipulado que transforma la Iglesia
De la reflexión a la obediencia
Cuando Jesús envió a sus discípulos a:
“hacer discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19–20),
les estaba confiando el plan de expansión del Reino de Dios. No era un programa de evangelismo masivo ni una campaña de eventos, sino un proceso de transformación de personas que, a su vez, transformarían el mundo.
Hemos hablado del vacío entre predicación y discipulado y de la necesidad de recuperar el corazón pastoral de Cristo. Pero si nos quedamos en el análisis, corremos el riesgo de convertirnos en teóricos de la misión y no en obreros de la mies. Jesús dijo:
“La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:37–38).
Hoy es el momento de responder a ese ruego.
Discipulado: más que un nombre en el calendario
Una de las trampas más comunes de la iglesia moderna es pensar que ya está discipulando solo porque ha creado un programa o reunión con ese nombre. Pero el discipulado no se reduce a cambiar el título de un culto semanal ni a llamar “grupo de discipulado” a lo que siempre hemos hecho.
Albert Einstein es citado por decir que locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes. Si seguimos con el mismo formato de reuniones sin seguimiento, clases sin acompañamiento y sermones sin aplicación personal y le ponemos la etiqueta de “discipulado”, no estamos obedeciendo la Gran Comisión.
El discipulado es acción, relación e intencionalidad. Requiere tiempo, inversión de vida, confrontación amorosa y constancia. No es un programa de la iglesia, es la cultura de la iglesia. Es Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, lavando sus pies, enviándolos a servir y restaurándolos cuando caen.
Ser discípulo antes de hacer discípulos
No podemos llevar a otros a donde no hemos estado. Jesús dijo:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23).
Antes de enseñar a otros a seguir a Cristo, debemos caminar detrás de Él.
Los primeros cristianos
“perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).
Allí crecían, no como consumidores de predicaciones, sino como discípulos que se edificaban unos a otros.
Un discipulador no es alguien con un título especial, sino alguien que abre su vida y puede decir con Pablo:
“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1).
Y un discípulo no es quien solo asiste, sino quien aprende, pregunta, obedece y aplica la Palabra.
Ajustando nuestras prioridades: Dejándolo todo
Este domingo pasado, nuestro pastor, Rev. Milton Alvarado, de la Iglesia de Dios Pentecostal M.I. en Arenales Bajos, predicó un mensaje titulado “Dejándolo todo” basado en Lucas 5:28:
“y dejándolo todo, le siguió.”
Ese texto describe la respuesta de Leví (Mateo), quien dejó atrás su mesa de recaudador de impuestos, su seguridad económica y su antigua identidad para seguir a Cristo. No fue un gesto simbólico, fue un cambio radical de vida.
El discipulado genuino exige el mismo paso de fe: dejar la vieja vida, dejar el orgullo y la autosuficiencia, dejar la comodidad y abrir espacio en la agenda para crecer y ser formado. Los que discipulan también tienen que “dejarlo todo” en el sentido de apartar el egoísmo y las agendas saturadas para invertir tiempo de calidad en otros.
No podemos discipular con lo que nos sobra. Ni los discípulos pueden crecer con lo que les sobre. El discipulado requiere que ambas partes ajusten sus prioridades para seguir a Cristo de manera intencional.
Los frutos de un verdadero discipulado
Cuando una iglesia abraza el discipulado como cultura, comienzan a verse resultados que van más allá de las cifras. Los creyentes maduran y dejan de ser niños espirituales llevados por cualquier viento de doctrina (Efesios 4:14). Se levantan líderes fieles que multiplican lo que han recibido (2 Timoteo 2:2). La deserción espiritual disminuye porque cada persona tiene a alguien que le acompaña. Y la comunidad es impactada porque los discípulos llevan el evangelio fuera de las cuatro paredes.
Un discipulado saludable protege a la iglesia de caer en sectarismos y falsas doctrinas, porque mantiene a sus miembros firmes en la Palabra. Además, crea un ambiente donde nadie se siente invisible: cada oveja tiene un pastor, cada creyente tiene un mentor, cada persona tiene un lugar para crecer.
Un llamado a la compasión pastoral
Jesús, al ver las multitudes,
“tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).
Esa compasión debe arder en nuestros corazones.
El discipulado es la respuesta de amor a esa necesidad. No es opcional ni para unos pocos. Es el llamado a formar a otros en el carácter de Cristo, para que ellos también formen a otros.
Nuestra Oración: manos a la obra
Señor, líbranos de engañarnos pensando que estamos discipulando cuando solo estamos ocupando espacios en el calendario. Haznos obreros de tu mies, no espectadores. Ayúdanos a dejarlo todo, como Leví, para seguirte con todo el corazón. Danos compasión por las almas y paciencia para caminar con ellas en sus procesos. Que en nuestras congregaciones se levanten generaciones de discípulos que hagan discípulos, hasta que tu gloria cubra la tierra como las aguas cubren el mar. Amén.
Daniel