“El llamado es claro: volvamos al corazón de Cristo, Pastor de pastores. Formemos discípulos con carácter, no consumidores de eventos; siervos fieles, no seguidores de personalidades; hombres y mujeres transformados, no multitudes sin raíces.” – Daniel Marte, PhD.
El reto de la iglesia actual
La misión que Jesús nos dejó en Mateo 28:18–20 es clara: hacer discípulos. No se trata de levantar nombres de denominaciones, ni de construir marcas ministeriales, ni de acumular multitudes. El verdadero éxito del Reino no se mide en números, sino en la calidad del carácter formado en Cristo.
Pablo advierte a la iglesia de Corinto contra el espíritu sectario de “yo soy de Pablo” o “yo de Apolos”: “¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros?” (1 Corintios 1:13).
Esto sigue siendo un llamado para nosotros: no es nuestra iglesia, ni nuestra denominación, ni nuestro líder humano quien salva. Es Cristo, el único Señor y Pastor.
La orden de formar discípulos con carácter
Jesús no pidió simplemente conversiones, sino transformación.
Mateo 28:20 – “Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. No es solo predicar, sino formar obediencia y carácter.
Efesios 4:11–13 – Dios dio ministerios (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros) para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto.
2 Timoteo 2:2 – Pablo instruye: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”.
El discipulado no es producir seguidores de un ministerio, sino formar líderes fieles que multipliquen fidelidad.
El peligro de proclamarnos “los únicos”
Muchos grupos caen en la tentación de proclamarse como los únicos con el evangelio verdadero, los únicos con el Espíritu Santo, o los únicos que traerán el avivamiento. Este espíritu exclusivista contradice el evangelio.
Juan 10:16 – Jesús dijo: “Tengo otras ovejas que no son de este redil; a aquellas también debo traer”. El rebaño de Cristo es más grande que una denominación.
Romanos 12:5 – “Todos nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo”. No hay una sola congregación que monopolice la presencia de Dios.
1 Corintios 12:11 – El mismo Espíritu reparte dones “a cada uno en particular como Él quiere”.
John Stott lo expresó así: “La iglesia no produce la misión; es la misión la que produce la iglesia. Dondequiera que Dios envía Su Palabra y Su Espíritu, nace un pueblo que le pertenece”.
Carácter sobre números
Jesús nunca buscó multitudes por multitudes. De hecho, en Juan 6:66, muchos le abandonaron porque no aceptaron sus palabras. Pero a los Doce les preguntó: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67).
El verdadero fruto del discipulado no se mide en la cantidad de los que aplauden, sino en la fidelidad de los que permanecen.
Billy Graham, quien predicó a millones, reconocía: “La medida de nuestra obra no está en los números, sino en la profundidad del compromiso de quienes siguen a Cristo”.
Hoy necesitamos menos cristianos “consumidores” y más discípulos que vivan con integridad, aunque no sean mayoría.
El llamado a un discipulado humilde
El apóstol Pablo, a pesar de sus logros, escribió: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (Filipenses 3:12).
El discipulado comienza con humildad, reconociendo que nadie tiene el monopolio de la verdad o del Espíritu.
A.W. Tozer decía: “Es raro encontrar a un líder cristiano que no esté preocupado por el tamaño de su obra. Pero en el día final, Dios no nos preguntará cuán grandes fueron nuestras iglesias, sino cuán semejantes a Cristo eran nuestros discípulos”.
Re-enfocarnos en el amor pastoral
La verdadera prueba del discipulado no es la estadística, sino el amor pastoral. Jesús miraba a las multitudes y “tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).
El Buen Pastor nos enseña a:
– Ver a cada alma no como un número, sino como una oveja que necesita cuidado.
– Servir no como dueños del rebaño, sino como administradores del Pastor eterno (1 Pedro 5:2–4).
– Amar hasta dar la vida, porque Él dio la suya primero (Juan 10:11).
El llamado es claro: volvamos al corazón de Cristo, Pastor de pastores. Formemos discípulos con carácter, no consumidores de eventos; siervos fieles, no seguidores de personalidades; hombres y mujeres transformados, no multitudes sin raíces.