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La Gran Comisión: Entre la predicación y el discipulado, el gran vacío de la iglesia

“La misión de la iglesia no es llenar templos, sino formar vidas que reflejen a Cristo en todo lugar.” – Daniel Marte, PhD.

Introducción

Cuando Jesús resucitado se apareció a sus discípulos en Galilea, les dejó un mandato que definiría el rumbo de la iglesia para siempre: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:18-20).

Este texto, conocido como la Gran Comisión, resume la misión principal de la iglesia: evangelizar y discipular. Sin embargo, en la práctica contemporánea, muchas comunidades cristianas han enfatizado más el “id” que el “haced discípulos”. Se predica con fervor, pero pocas veces se acompaña el proceso de formación integral del nuevo creyente. El resultado es una iglesia con mucha actividad, pero con pocos discípulos maduros.

Evangelización sin discipulado: una visión incompleta

No cabe duda de que la predicación del evangelio es vital. El apóstol Pablo lo dijo con claridad: “¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Romanos 10:14). El anuncio de las buenas nuevas es la puerta de entrada al Reino. Sin embargo, quedarse únicamente en el anuncio inicial es como traer un niño al mundo y no criarlo.

Jesús no solo predicaba a las multitudes; invertía tiempo en un grupo reducido de discípulos. Los evangelios muestran que su ministerio público fue acompañado de largos momentos de enseñanza privada, corrección y formación espiritual.

Hoy, muchas iglesias celebran la cantidad de personas que “pasan al altar”, pero no se preocupan por lo que sucede después. La parábola del sembrador (Mateo 13:18-23) ilustra bien este problema: algunos reciben la Palabra con gozo, pero al no tener raíz, se apartan cuando viene la tribulación. Sin discipulado, la semilla no madura.

El discipulado: el corazón del mandato de Cristo

El verbo central de Mateo 28:19 no es “ir”, sino “hacer discípulos”. Evangelizar es el inicio, discipular es el proceso. Como dijo Dietrich Bonhoeffer: “El cristianismo sin discipulado es siempre cristianismo sin Cristo.”

Jesús mismo estableció el modelo: tres años de convivencia, enseñanza y ejemplo. Los Doce no solo escucharon sus palabras, sino que vieron cómo las vivía. Por eso, cuando llegó el momento de su partida, estaban listos para continuar la obra.

El apóstol Pablo siguió el mismo patrón. A Timoteo le aconsejó: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2). La visión paulina es de multiplicación: un discípulo forma a otro, que a su vez forma a otros.

Consecuencias de una iglesia sin discipulado

Cuando las congregaciones predican, pero no discipulan, los resultados son visibles:

– Creyentes inmaduros (Hebreos 5:12-14).
– Vulnerabilidad a falsas doctrinas (Efesios 4:14).
– Comunidades frágiles.
– Escasez de líderes sólidos.

Charles Spurgeon lo expresó con contundencia: “Un cristiano sin instrucción es un soldado sin armas.”

Modelos de discipulado para hoy

El discipulado no es una fórmula rígida, sino un proceso integral. Algunos modelos que se han probado eficaces son:

Discipulado relacional: acompañamiento personal, como Pablo con Timoteo.
Discipulado doctrinal: enseñanza sistemática de la Palabra.
Discipulado práctico: mostrar cómo vivir la fe en la vida diaria.

Ejemplos históricos abundan. John Wesley, fundador del metodismo, desarrolló las “sociedades” y “clases” donde los creyentes no solo escuchaban sermones, sino que se reunían para rendir cuentas, estudiar y crecer juntos. El resultado fue un movimiento de avivamiento que transformó Inglaterra.

El desafío de la iglesia contemporánea

El crecimiento numérico, la tecnología y los programas han llenado las agendas eclesiales, pero la prioridad sigue siendo formar discípulos. No basta con llenar templos ni con acumular actividades. La verdadera medida de una iglesia saludable no es cuántos asisten, sino cuántos son transformados a la imagen de Cristo.

En Puerto Rico, como en gran parte de Latinoamérica, las iglesias han experimentado un auge evangelístico en las últimas décadas. Sin embargo, muchas veces ese crecimiento no se traduce en madurez espiritual. Se necesitan iglesias que retomen el modelo bíblico de discipulado.

Conclusión

La Gran Comisión no es solo un llamado a salir, sino a permanecer; no es únicamente predicar, sino enseñar; no es solo anunciar, sino formar. Una iglesia que predica, pero no discipula, está dejando huérfanos espirituales.

Hoy, más que nunca, necesitamos comunidades que hagan eco de las palabras de Pablo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). Iglesias que acompañen, enseñen y modelen. Porque el propósito de la Gran Comisión no es llenar templos, sino transformar vidas.

La misión de la iglesia no termina en el altar, comienza allí. Predicar abre la puerta, discipular edifica la casa. Y solo cuando ambas dimensiones caminan juntas, la iglesia cumple fielmente con el mandato de su Señor.

Daniel